Hay una jaula y un pájaro adentro, un gorrión de dos colores.
Alguien se acerca con la firme intención de liberar al ave.
Entonces, abre la puertita de la jaula, introduce su mano con la fuerza que
agarra y no daña y en el instante de un gesto…¡El gorrión está libre! Cierra la jaula y se siente feliz.
Algún tiempo más tarde, comienza a oírse una agitación
distorsionada en la melodía de su vida, como una especie de corriente abisal
embebiendo todo indicio de luz, y en su rostro, como en una cajita musical, se
van trazando las líneas lentas del sonido en la invisibilidad de las
profundidades.
Dicen que toda perturbación se manifiesta en la sutileza de la locura,
aunque, esta sería más bien una virtud adquirida por azar. ¿Cabía la posibilidad
de haber hecho algo mal? Y si no, ¿por qué se sentía así?
No era suficiente con haberlo dejado ir.
Debe existir una dinámica apropiada en el universo. Pero, en la Gran
Esfera, en donde el suelo arrastra con toda su fuerza y el centro de la tierra
grita:- ¡Bienvenidos sean! ¡Bienvenidos sean!- qué son los hombres sino fichas en la curvatura de las aves, que desde las alturas descienden para traernos consigo un trago de nuestra imposibilidad… - ¡Salud!-.
Convencido de su actuar heróico, ahora se preguntaba: - ¿Y qué hay
de aquél que lo puso allí?-,
-¿Por qué lo hizo?-. Y entonces, así como las dibujadas líneas de luz se filtran por entre los espacios angostos de puertas y persianas, infinidad de posibles respuestas lo atravesaban, unas más tristes que otras. Pudo haber sido un niño, un alma buena que encontró al ave herido y lo puso en la jaula para cuidarlo hasta que pudiera volar. Y si el niño al regresar encontró la jaula vacía… ¿qué habría sentido su corazón, acaso que lo desolara?
-¿Por qué lo hizo?-. Y entonces, así como las dibujadas líneas de luz se filtran por entre los espacios angostos de puertas y persianas, infinidad de posibles respuestas lo atravesaban, unas más tristes que otras. Pudo haber sido un niño, un alma buena que encontró al ave herido y lo puso en la jaula para cuidarlo hasta que pudiera volar. Y si el niño al regresar encontró la jaula vacía… ¿qué habría sentido su corazón, acaso que lo desolara?
Y qué hay de aquél que lo quería para sí: la madre que lo
obsequiara a su hijo, la señora que ahuyentara la soledad mientras la muerte la
encontraba en los espacios saturados de su casa; aquél que lo conservara ya
como mascota, por tradición ó manía. Qué
importa, si al final en todos ellos había algo de felicidad.
Pero cuando se ha vivido para creer en el vuelo de las aves, en el
cielo azul o gris de algún lugar, cuando esto forja la
esencia, la única, la propia, todo se complica en el espectro de la acción.
¿Podría él haber continuado su camino indiferente mientras sus manos
acariciaban la ilusión de sus principios?
El mecanismo de cuerda fue accionado otra vez. Y entre tanto, la la corriente en su retina lo arrastraba más y más. El hombre, el indómito, el benévolo y el bestial, con la ineludible dualidad: atar a unos y desapegarse de otros.
by J.Q.